Powered by Castpost
Vicente tenía unos 15 años y yo 14. Era el típico chico callado, tímido más bien, que llegó a nuestro curso a mitad de año.
No encajó mucho y prácticamente pasaba todo el día solo, salvo cuando nos acompañaba a dar vueltas por los pasillos mientras maquinábamos conquistar el mundo.
Por esas cosas de la vida, yo había sido receptora de varios comentarios acerca de él. No lo tragaban porque lo encontraban afeminado, delicado, callado, tímido y posiblemente marica.
Habían pasado unos dos meses desde su llegada y ese día nos encontramos en la biblioteca porque no habíamos hecho educación física. Posiblemente yo estaba enferma porque nunca me dejaban saltarme esa clase. Como no estaba acostumbrada a estar callada mucho rato a esa hora, me senté en su mesa y comencé a charlar de la vida misma y de la inmortalidad del cangrejo, entre otras cosas.
Ya más en confianza, él me preguntó por qué no era aceptado en el curso. Yo, sin ningún rodeo ni preámbulo le dije "porque creen que eres maricón porque te juntas con puras mujeres".
Cuento corto: ese fue el último día que lo vimos. Nunca más fue a clases a nuestro colegio.
Han pasado 19 años y sigo siendo la misma maldita hocicona. ¡Lo siento mucho! (tú sabes que te hablo a ti).
Etiquetas: relato
Introdujiste el pie?
J.C.