Una de las tradiciones de la escuela era el "medio médico". Depende del lugar donde se estudie medicina, la actividad que se realice para conmemorar esa fecha especial.
Nosotros la celebramos a la mitad de cuarto año y decidimos hacer algo diferente y especial. Fuimos a Cartagena.
Una de mis compañeras, con un árbol genealógico lleno de tradiciones, ofreció la casa de principios del siglo XX de su abuelo.
Antes de esto, durante todo el año anterior habíamos hecho varias actividades para juntar plata para tal evento. No juntamos mucha, pero alcanzaba para arrendar un bus para la ida, comprar las cenas y almuerzos en la picada del pueblo (congrio frito con papas fritas) y mucho copete.
Fuimos en las vacaciones de invierno, 4 días con sus noches. Como todo paseo universitario, todo partió suave y hasta tierno, diría yo. Tomando fotos en el bus, cantando algunos, conversando, todos amigos y hermanos.
La casa era muy bonita, ubicada en el sector de la playa chica de Cartagena:tres pisos, muchas habitaciones, muebles de madera tipo vitrinas, techo alto, piso de madera. Recuerdo que la cocina, la "bodega" (la pieza donde se guardó el copete con llave...¡pero a quién le pasamos las llaves!) y una especie de comedor de diario, estaban en el zócalo y el living, comedor y algunas piezas estaban en el primer piso con una hermosa vista al mar y arriba, subiendo por una pulida escalera de madera, habían más habitaciones y baños.
El primer día hubo sol, aprovechamos de ir a la playa todos juntos. Cincuenta jugando en la arena a lo que fuera, conversando, sacando fotos, comiendo helados. Aquí ya notaba que este balneario tenía demasiados perros callejeros, así es que había que tener ojo donde ponías el pie. Primera noche, fiesta ochentera por supuesto. Empieza a correr el ponche con frutas (que igual es muy rico), pero todo normal hasta el momento: unos pocos dando "jugo", unos vasos dados vuelta, la mitad bailando en el patio porque adentro se hizo muy chico. Primera pelea: un grupo había hecho una vaca para comprar cuetes y por supuesto, se cagaron a alguien. Debut de la escalera de madera: esa noche, varios de ellos "resbalaron" accidentalmente.
Segundo día: nublado con amenaza de lluvia. Un par de vueltas antes de ir al restaurant a almorzar. No había tantos estragos de la fiesta de la noche anterior: unos trozos de duraznos en cubito tirados en el patio y arriba de unos cds. Asistencia a almorzar, diría que un 85%. Todo rico, helados de postre nuevamente.
Esa tarde correspondió su caminata por el pueblo, algunos jugando flippers,llamadas telefónicas varias con el truco del clip metido en el auricular para que con 100 pesos hablaras infinitamente (truco aportado por los que no eran de Stgo). Comienza la lluvia y muchos nos quedamos dando vueltas en la calle. De nuevo, ojo con los perros callejeros.
Siempre he pensado que la lluvia de cierta forma, te altera el carácter. Te pone más quisquilloso, más enojón, más triste o más alegre. No pasa desapercibida y cuando se está en un grupo puede ser gracioso.
Al principio de la noche: el juego de naipes. Antes correspondía el copete porque veníamos muertos de frio. A todo esto, un grupo se había quedado en la casa haciendo aeróbica las que se preocupaban de la actividad física (yo no a esa altura de la vida, con suerte caminaba al paradero), otro grupo "cuidando la bodega", los otros haciendo cualquier cosa (no había tele). Fue el juego de carioca más extraño de mi vida: todos arriba de la pelota jugando cualquier estupidez. Aquí ya todo es confusión: gente bailando armadas coreografías, otros haciendo cara pálidas por las ventanas de las puertas de las piezas y otros tratando de adivinar de quién era el trasero. Claudio, que le había dado gripe, había decidido recoger a la gente que rodaba por la escalera y rescatar a los que iban a vomitar en cualquier parte. Los que eran pololos peleando en medio de todos, los que no eran pololos arrepintiéndose sin ningún disimulo y echándole la culpa al maldito copete y un largo etcétera.
Al término del cuarto día: vómitos por todas partes, ventanas quebradas, piso de madera del subterráneo destrozado, cubitos de durazno hasta detrás de los cuadros, vitrinas de los muebles quebradas... Está claro que nunca más nos prestaron la casa de Cartagua y nunca más salimos todos juntos.
¡Pero igual tengo un bonito recuerdo!