Lost...on my own
30 octubre, 2006
Se me ha perdido algo y no sé lo que es. Si usted pudiera darme una pista o decirme dónde está, se lo agradecería. Esta rima queda trunca porque ni siquiera sé adónde va.

Empezando por el principio no sé qué hay. ¿Será contagioso?.
Pasan los días y las horas y a veces sinceramente no sé para donde voy.
¿Tendrá cura esto?. Es como hacer zapping y no detenerse en ninguno de los 99 canales existentes. Es como si mi opción de salida estuviera en un programa de esos de Hitchcock que veía cuando era chica, reflejada en la protagonista que era abducida a otra dimensión.
Es como si viera una de esas series a las que nunca le vi el final. Tan desesperante como Perdidos en el Espacio o Angel la niña de las flores.

Se me ha perdido algo y no sé lo que es. Si usted pudiera darme una pista o decirme dónde está, se lo agradecería. Esta rima queda trunca porque ni siquiera sé adónde va.
divagaciones de eat-desserts a las 10:17 p. m. | 11 guiños
La "key card"
22 octubre, 2006


Ese día habíamos caminado todo el día en dirección a Battery Park saliendo por lo menos unas 50 ó 60 cuadras antes. Nos había hecho sol, calor, viento, humedad, llovizna, lluvia y finalmente sol radiante. Unas ocho horas después decidimos que era hora de comer algo y pasamos a un Starbucks que había en el camino.
Esto de andar por primera vez en los "estados juntos" y no creerse el cuento de que se habla bien el idioma es peligroso. Mi amiga no habla mucho inglés pero tiene las patas, que a mí me faltan, para tirarse a hablar no más. Así en la cafetería llegó su turno de pedir y por supuesto que la oferta de "por x centavos más agréguele no sé qué" hizo que el speech de la Claudini se fuera a las pailas. En todo ese enredo, sacó su cartucherita de cuero, de esas para guardar tarjetas, y pagó con su tarjeta de crédito.
Todo bien, happy-happy, nos tomamos el café en la plaza del frente, mirando a los transeúntes, conversando de "de todo un poco" y después de un "ayayai" por el dolor de piernas, pies y del resto del cuerpo decidimos ir al Empire State.
Para empezar hay que llegar a una sala donde hay una fila que da muchas vueltas, donde los promotores te tratan de convencer de que pagues por no sé cúantos dólares el aparato que te cuenta la explicación, la historia, te dice lo que miras, etc.Después te invitan, por otros dólares adicionales, a subir al piso 102 o algo así, casi arriba de la antena, a disfrutar de la vista privilegiada y te dicen que las condiciones climáticas son ideales, con una velocidad del viento de no sé cuánto...Ahí pasamos al detector de metales: te "atienden" unos negros de 2 metros con cara de "don't speak, don't bother me, don't...". Es igual al aeropuerto, fuera bolsos, cámaras fotográficas, chaquetas, cinturones, etc.
Una vez pasada esta barrera, viene la boletería. Otra fila como de banco, con varias vueltas. Creo que estuvimos fácil allí unos 45 minutos. Finalmente llegas a la caja y pagas tu ticket de subida (creo que fueron como 18 dólares).
Con la Claudia nos separamos en esta parte, yo me fui a una caja y pagué sin problemas y ella se fue con otra cajera y pagó con su tarjeta de crédito que andaba trayendo metida en esa cartucherita de cuero medio apretada.
Bueno, sigues haciendo fila para todo después del ticket: viene el ascensor número 1, el ascensor 2 y luego en el piso 86 la fila para la foto obligatoria (con un cartón piedra pintado con témpera de fondo) y finalmente la terraza.
Pueden ver fotos en mi flickr, en sección viajes, NY.

La historia cambia de giro ahora. Nos volvimos al hotel (que estaba como a 3 cuadras) y siempre la puerta la abría mi amiga. Ojo que habíamos estado por lo menos 10 horas afuera. No tenía la tarjeta que abría la puerta de la pieza. Usamos la mía pero había que encontrar la otra.
Repasamos todo el itinerario del día y llegamos a la conclusión de que sólo habían dos partes donde se podría haber caido: el Starbucks y el Empire State.
Demás está decir que mi amiga se quería puro morir, se autoflageló harto rato y decidimos ir de vuelta al Empire State a "preguntar". En el camino no dejó de repetirse a sí misma que la gracia le iba a salir carísima, que tendría que pagar la tarjeta con la tarjeta de crédito y que se las arreglaría de alguna manera. Yo iba pensando en ir armando un speech coherente en inglés para preguntar por la "key card", que fuera entendible, cortés y efectivo.
Paso a paso: el portero, el chico de la primera fila que te quiere vender el ticket del aparato traductor, un guardia de menor importancia. Aquí se pone peludo: el negro de 2 metros. Yo iba bien hasta el momento con la historia en inglés. Los negros estos me dieron "respeto". Tenían un acento endemoniado pero logré hacerme entender (entre medio les puse mi cara de perro atropellado que creo, fue efectiva). Después de comprobar que no estaba la tarjeta ahí, me mandaron a la boletería. Pero la fila estaba al doble de largo que cuando fuimos antes. Mi detector de "guardias engrupibles" localizó a un tipo canoso que estaba en la entrada de un pasillo misterioso.
Repetía nuevamente toda la historia de la tarjeta perdida, cuando le miré la piocha con el nombre: Juan.
- ¿usted habla español?, le pregunté.
- sí claro (leáse con acento de España).
- pff, menos mal... (aquí le vomité la historia, le hablé de Chile, le pregunté por Madrid, etc etc).
- Vaya por este pasillo (por detrás de las cajas de la boletería) y métase a la caja 1 y pregunta no más.
- ¡Muchas gracias, se pasó, bla bla bla!
Todo bien hasta que al salir del pasillo me paró una china o lo que fuera, pesada y seca como nadie. No la convencí con la historia, no le causó gracia mi cara de perro atropellado, no mostró piedad (mercy, mercy me, pensaba). Finalmente me dejó pasar y la tarjeta no estaba en ninguna parte.
Derrotadas nos devolvimos al hotel. Se debió haber caido en el café que quedaba como a 40 cuadras de allí.

Ahora había que ir a avisar en la recepción que se nos había perdido la "key card" y asumir no más. Yo cruzaba los dedos para que no nos atendiera el árabe maldito que nos hizo el check in porque hablaba con un acento que no le entendía nada y más encima mal genio el jetón.
Nos atendió un chico bastante guapo y sonriente (éste es latino pensé).
- ¿habla español?, dije
- Por supuesto (con acento centroamericano).
- Ya poh, habla tú- le dije a mi amiga.
bla, bla, bla, bla

- Aquí están sus nuevas tarjetas, señoritas.
- ¿?
- Que pasen una buena noche.
- Disculpe, ¿cuánto nos van a cobrar por perder la otra?
- Nada.

¡P L O P!
divagaciones de eat-desserts a las 11:54 a. m. | 15 guiños
The edge
13 octubre, 2006
Me acerco al borde y miro hacia abajo. Veo el agua quieta y azul, impenetrable, dura y hasta hostil.
Sigo parada en la orilla, veo mis pies con los dedos agarrados del borde, casi desesperados por no despegarse.
Me agacho, respiro lento y corto, me detengo, sigo mirando el agua.
Estiro los brazos y escondo la cabeza. Sin querer cierro los ojos, pero debo abrirlos porque debo partir al vacío.
Estiro los brazos ya en el aire pero sin querer, me enconjo y saco la cabeza.
¡Maldición, me volvió a salir mal!
Vuelvo al borde, miro hacia abajo. Pienso en lo que hago, aunque siga en el borde.

No quise asustar a nadie por si acaso con este post... ¡No ven la metáfora!, ¿o es que fui muy enredada para explicar lo que se siente al tirarse a la piscina desde el partidor de carreras?

Etiquetas:

divagaciones de eat-desserts a las 7:09 p. m. | 15 guiños
Calla, Vale, calla
07 octubre, 2006
Pinche aquí mientras lee.

Powered by Castpost


Vicente tenía unos 15 años y yo 14. Era el típico chico callado, tímido más bien, que llegó a nuestro curso a mitad de año.
No encajó mucho y prácticamente pasaba todo el día solo, salvo cuando nos acompañaba a dar vueltas por los pasillos mientras maquinábamos conquistar el mundo.

Por esas cosas de la vida, yo había sido receptora de varios comentarios acerca de él. No lo tragaban porque lo encontraban afeminado, delicado, callado, tímido y posiblemente marica.

Habían pasado unos dos meses desde su llegada y ese día nos encontramos en la biblioteca porque no habíamos hecho educación física. Posiblemente yo estaba enferma porque nunca me dejaban saltarme esa clase. Como no estaba acostumbrada a estar callada mucho rato a esa hora, me senté en su mesa y comencé a charlar de la vida misma y de la inmortalidad del cangrejo, entre otras cosas.
Ya más en confianza, él me preguntó por qué no era aceptado en el curso. Yo, sin ningún rodeo ni preámbulo le dije "porque creen que eres maricón porque te juntas con puras mujeres".

Cuento corto: ese fue el último día que lo vimos. Nunca más fue a clases a nuestro colegio.

Han pasado 19 años y sigo siendo la misma maldita hocicona. ¡Lo siento mucho! (tú sabes que te hablo a ti).

Etiquetas:

divagaciones de eat-desserts a las 6:03 p. m. | 18 guiños
y