La tarde estaba gris, húmeda y fría pero a pesar de que tenía toneladas por estudiar para la prueba del día después del siguiente, me quedé sentada en un escalón.
Ese día estaban dando Vampiros en la Habana. Era en el cine Normandie, que para ese entonces ya estaba en San Diego con Tarapacá.
Hacía como que leía pero la verdad, eso de estudiar al aire libre, nunca me dió muchos frutos. Bueno, salvo recibir una invitación al cine. Por supuesto, acepté.
La tarde seguía fría y ventosa, había que esperar como cuatro horas para que comenzara todo. Me pidió que lo acompañara a caminar por ahí, a comprar algo que no recuerdo. A veces hablo demasiado y digo muchas cosas sin sentido (para el resto). A pesar de que en circunstancias normales me molestaba el frío,era el primer día oficial del invierno, se oscurecería muy temprano, valía la pena.
La caminata fue eterna, mi bolso estaba pesado, ¡cómo si me importara!...Por supuesto que no me importaba, esa caminata era como un regalo.
Yo no lo conocía mucho, lo había visto un par de veces por aquí y por allá pero algo tenía que me gustaba. Los misterios de la vida, no me había dado cuenta que nuestros encuentros no habían sido tan casuales, me venía siguiendo.
Dió la hora de partir al Normandie, ahí me di cuenta que el grupo era grande. No íbamos solos.
Las fuerzas de la naturaleza querían que quedáramos separados dentro del cine pero el ángel de la guarda que me acompañaba, hizo un enroque.
Nunca vi completa Vampiros en La Habana. Es más, ni me acuerdo de qué se trata. Sólo recuerdo que el tiempo se detuvo, la hora no pasaba, la oscuridad del cine, el sonsonete cubano, el sonido sucio, el invierno, el frio, se confabularon para que me tomara la mano y no me la soltara por casi una eternidad.
Nada más existió, nada más escuché, nada más sentí por un instante. Un instante que nunca volvió.